JOSÉ DAVID GÓMEZ VERGARA
DESIGUALDAD Y VIOLENCIA
Muchas personas se dedican a poseer cosas y terminan siendo poseídas por las mismas cosas; venden por dinero su paz, su salud y su misma vida sin reflexionar que es más feliz quien es solidario y se contenta con lo indispensable, sin vivir en el mundo de la codicia. Aunque se afirme que en nuestro país la economía va bien, la inflación es de un dígito y el desempleo se ha reducido sustancialmente, otra es la realidad cuando se perciben las necesidades en los barrios y en los miles de hogares con niños famélicos y desnutridos. Existe un país moderno con una economía en crecimiento y uno con grandes necesidades y desigualdades, con una débil presencia estatal y, en ocasiones, con actores ilegales que buscan la corrupción y la impunidad. La inequidad social es una de las características de la crisis de Derechos Humanos en Colombia. No basta con aumentar el número de cupos escolares o establecer subsidios para los más necesitados; lo importante es identificar las causas de este flagelo y plantear propuestas concretas para reducir esa desigualdad social que, más temprano que tarde, tiene que conducir a una repartición de la riqueza basada en impuestos y en prácticas que permitan equilibrar el nivel de acceso a los servicios básicos, para muchos que no tienen nada frente a los pocos que tienen lo superfluo. El poder económico y político no solo se encuentra concentrado en pocas manos sino está separado cada vez más de las personas; en lugar de propiciar la distribución de las riquezas en un avance conjunto impulsan la desigualdad y las tensiones sociales. Son pocos los ricos que han obtenido su fortuna con el trabajo honrado y en servicio de los demás; muchos la han conseguido y la siguen amasando fácilmente con acciones deshonestas y más grave aún con desplazamientos, usurpación de tierras, amenazas y hasta atentados contra la vida de sus coterráneos, sus hermanos. El modelo económico neoliberal de nuestra nación propicia estos fenómenos de inequidad. Pero, observemos también el informe de OXAM INTERNATIONAL denominado “GOBERNAR PARA LAS ÉLITES, SECUESTRO DEMOCRÁTICO Y DESIGUALDAD ECONÓMICA”, dado a conocer en el Foro Económico Mundial de DAVOS- Suiza, donde se concluyó que la desigualdad mundial crece a ritmo acelerado: el 10% de la población mundial posee el 86% de los recursos del planeta, mientras que el 70% más pobre (más de 3.000 millones de adultos) solo cuenta con el 3%. El 1 % de la población tiene casi la mitad de la riqueza mundial. 110 billones de dólares es la riqueza del 1% de la población más adinerada del mundo. 1426 multimillonarios hay en el mundo y cada uno con una fortuna personal muy superior a los 1.000 millones de dólares. El filósofo científico argentino Mario Bunge, con plena autoridad a sus 93 años de investigaciones y profunda reflexión humanística plantea una alternativa al sistema actual para lograr una mayor justicia social. “Se requiere una sociedad de socios, una sociedad socialista auténtica, que no sería más que una ampliación de la democracia social y política; igualdad de géneros, de razas, de grupos étnicos; una democracia económica alcanzable mediante cooperativas, una democracia política con acceso al poder por medios limpios, sin cabildeos que trabajen en función de los intereses particulares y una democracia cultural con educación para todos. Y al lado de lo afirmado por el Dr. Bunge, la derogación de la ley 100 de 1993 que volvió la salud una mercancía; la reforma a la educación que tiene al país en los últimos lugares de las Pruebas Pisa de inteligencia y convivencia; el fortalecimiento de los umbrales salariales y de los derechos de los trabajadores, así como la igualdad de oportunidades para mujeres y la distribución de la tierra, es una solución inmediata para evitar grandes confrontaciones, destrucción de la naturaleza y pérdida de vidas humanas.
Indudablemente nuestro país no ha crecido armónicamente por la desigualdad y las heridas que esta violencia fratricida ha abierto en el alma de miles de colombianos, en buena parte por culpa de los histriónicos apologistas de la guerra que cruelmente se benefician junto a los codiciosos. Las “sagradas leyes del mercado”, el manipuleo informativo o el silencio de los grandes medios ha llevado a la indiferencia, al desarraigo, a la pérdida de valores y al aniquilamiento de la identidad nacional.
Médicos, sicólogos, sociólogos y juristas están de acuerdo que la desigualdad reduce la expectativa de vida; empeoran los índices de salud; se incrementa la mortalidad infantil, aumentan los homicidios, la justicia se torna más punitiva hasta permitir la pena de muerte; aumenta la población carcelaria, se deteriora la escolaridad, aumenta la deserción, mientras se reduce la movilidad social (padre rico da lugar a hijo rico, y padre pobre a hijo pobre). A mayor desigualdad la gente es más infeliz: interiorizan sentimientos de inferioridad o superioridad, se torna ferozmente competitiva y consumista, muestra mayor inseguridad y se mantiene estresada y ansiosa de ser-juzgada socialmente porque la vida no vale nada, como en los falsos positivos. Se observa la desigualdad en el trato en los centros de salud, según el estrato como en los colegios y universidades oficiales y privadas donde prima el factor dinero.
Es indispensable que las actuales generaciones piensen en grande, que acepten la paz que llega con el perdón y la generosidad, el entendimiento y la laboriosidad, donde, por ejemplo, los trabajadores obtengan acciones de las empresas y sus directivos se escojan democráticamente.
Muchos apologistas de esta absurda guerra solo hablan el lenguaje del odio, la ambición, la venganza, la discordia o la mentira que les proporciona más réditos para concentrar aún más sus riquezas a costa de agravar la desigualdad y la injusticia. Nuestro país no puede seguir dándose el lujo que, mientras un exmandatario divida y hable con el lenguaje del odio y del resentimiento, los contribuyentes tengan que pagar más de diez y nueve mil millones de pesos anuales para cuidarlo y proteger sus inmensas propiedades que permanentemente se acrecientan.
El partido de oposición Cambio Radical cuyo jefe fundador es Germán Vargas Lleras debería modificar su actitud de solicitarle a los demás movimientos políticos de negar toda iniciativa que venga del Ejecutivo; para ello, se alió con el Centro Democrático, Partido de la U, Conservadores, Liberales, MIRA y algunos Verdes encabezados por Katherine Miranda y J. P. Hernández que, indudablemente, han conseguido afectar las propuestas progresistas como la reforma a la salud que dejaría de destinar sin mayor ejecución 94 billones de pesos a las EPS; la reforma a la educación que busca garantizarla como derecho fundamental y en condiciones dignas de enseñanza-aprendizaje para todos los colombianos; la Reforma Laboral que obligaría a los empresarios a formalizar y dar garantías laborales y prestacionales a sus trabajadores; la Reforma Pensional que recuperaría cerca de 280 billones de pesos de las arcas de los fondos pensionales privados; la Reforma Agraria que redistribuiría la tierra de grandes hacendados expropiadores al campesino. Definitivamente, Cambio Radical debería llamarse Rechazo Radical al Cambio, como bien lo considera el constitucionalista Rodrigo Umprimy.
Los colombianos confían en que el presidente Gustavo Petro continúe su gobierno con el mismo entusiasmo, valentía y decisión, pese a la mezquina oposición, para seguir construyendo la paz integral que tanto se anhela, y sea Colombia un país moderno, incluyente y solidario, donde el 52% del territorio nacional NO siga en manos del 1.15% de terratenientes que, consecuencialmente, hace a nuestra nación la cuarta más desigual del mundo.
Escritor: José David Gómez Vergara.
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