CARLOS ARTURO VARELA ROJAS


Carlos Arturo Varela Rojas.

Nació en San Eduardo (Boyacá). Cursó estudios primarios en la escuela rural, ayudando en oficios agrícolas a sus padres. Egresado de la Escuela Normal de Varones de Tunja. Licenciado en matemáticas de la Universidad Pedagógica Nacional.

Posgrado en estadística de la Universidad nacional de Colombia y cualificó su carrera docente con varias especializaciones y diplomados. Docente de primaria, secundaria y coordinador; termina como Rector en El Distrito Capital. Ahora conocedor del mundo y escritor, ha publicado varias novelas a lo largo de andar literario.


 MIS RECUERDOS DE INFANCIA 

VIOLENCIA, MUERTES, DESPLAZAMIENTO Y DESMEMBRACIÓN FAMILIAR. 

Todavía hoy, quedan en mi recuerdo los graves hechos de violencia que se desataron entre liberales y conservadores, en la década de los cincuenta del siglo pasado (XX) y, cuando era un niño de cinco años más o menos, tuve que sentir en carne propia y sin piedad ese período tan devastador que dejó un doloroso legado de muertes, desplazamientos y desmembración familiar. Las diferencias políticas y las rivalidades ideológicas se convirtieron en una justificación para llevar a cabo los actos de violencia extrema que, afectaron profundamente a nuestra comunidad de San Eduardo en el querido departamento de Boyacá. 

Puedo recordar que, en esa época en mi pueblo, la mayoría de los habitantes eran conservadores, pero mi papá era uno de los pocos liberales, causa por la cual sufrimos como familia la intensa persecución de los chulavitas o conservadores, por eso mi papá debía quedarse escondido en una cueva noche y día, sitio estratégico a donde le llevábamos la comida, con mucho sigilo; so pena de ser descubiertos y él llevado para darle muerte. 

Vivíamos en la vereda de Cardozo en donde habitaban muchos conservadores, quienes tenían emisarios para dar aviso en caso de que llegaran los chusmeros (liberales que se habían unido para defenderse y vengarse) de Miraflores, Páez y el llano. Cierta noche, pasó un emisario gritando: -“¡vienen los chusmeros con la orden de destruir todas las casas y matar a todas las personas que se encuentren por el camino!”;  esa  información nos sirvió también a nosotros, pues al escuchar los gritos desesperados del emisario, salimos a correr loma arriba por entre unos potreros llenos de maleza, barro y garrapatas, para escondernos en la orilla de una quebrada, sitio que ya habíamos acordado por si se presentaba una amenaza; pero en el camino, a mi mamá se le olvidó llevar un pañolón que le traía buena suerte, por lo cual le dijo a una de mis hermanas que se devolviera y lo llevara, nos volveríamos a encontrar en el sitio predeterminado. 

Habíamos caminado un buen rato, cuando mi papá tomó una nueva decisión: no ir a ese sitio sino buscar otro escondite, por lo tanto, mi hermana con el pañolón quedó sola y perdida en la oscuridad quebrada arriba y quebrada abajo buscándonos toda la noche; el temor era tan grande, que nadie se acordó de ella. Llegamos a una colina, sitio estratégico desde donde se podía dominar con la vista los alrededores, y logramos darnos cuenta de que los chusmeros fueron mal informados y en vez de la vereda de Cardozo se tomaron la vereda de Conuco donde habitaba un buen número de liberales. 

Desde allí lográbamos escuchar la gritería y algarabía de personas y animales en medio de la masacre y la destrucción; veíamos cómo incendiaban las casas, las enramadas, los graneros. Esto fue más que una carnicería cruel; una persecución intensa de muerte y desolación, devastando fincas y dejando muchas viudas y huérfanos en esta provincia. Al día siguiente, observamos en la distancia que, en uno de los potreros, habían matado una vaca y estaban asando la carne para su alimentación; los animales que no mataron, los arriaron y se los llevaron consigo. 

Las acciones de los chusmeros fueron una respuesta de retaliación a las atrocidades que cometieron los chulavitas que fueron la unión entre la policía departamental y los conservadores.

 Después de esa terrible noche, que no cesó como el verso del himno nacional, mi papá siguió escondiéndose y a nosotros nos llevaron para el pueblo, pues allí estaríamos más seguros. Ya viviendo en el centro del municipio pude observar cómo los muertos de las veredas llegaban en mulas, amarrados a las enjalmas o en yuntas de bueyes amarrados en dos varas largas para ser arrastrados por un camino barroso hasta el cementerio; ateridos con las lluvias del pertinaz invierno y penetrados por el frío de la muerte, esperaban que el “curita”, si tenía la voluntad, les diera cristiana sepultura. Esas y otras acciones desobligantes como: promulgar en el púlpito la muerte a liberales, poniéndoles una lápida en sus cabezas, debido a sus palabras llenas de odio, me hicieron tener temor y distancia a la iglesia. 

Los chulavitas cometían muchos atropellos, además de matar liberales, decomisaban las fincas, confiscaban las bestias de carga y reclutaban arrieros, obligándolos a prestar servicio como guardias o como estafetas; a mi papá le incautaron un caballo grande y se lo llevaron para cargar materiales de guerra y víveres; me acuerdo que cuando pasó la violencia llevaron a Miraflores cientos de caballos y difundieron la noticia de que los dueños podían ir para ver si su bestia estaba allí; mi padre fue y logró encontrarlo, llevándolo a la finca hasta cuando, años después, el animal no pudo trabajar más y lo jubiló echándolo a un potrero para que descansara, pero la suerte no estuvo de su lado porque en un verano se secó todo y el animal se adentró poco a poco a un humedal donde había pasto fresco y verde y allí se fue enterrando por las patas hasta desaparecer casi en su totalidad, muriendo con la cabeza en alto como héroe, pues en vida había pasado las duras y las maduras; también esta imagen me acompaña desde niño. 

Mis hermanos y yo éramos unos chiquillos y, aunque parezca absurdo, no dimensionábamos la violencia que se vivía, ejemplo de ello era que uno de nuestros juegos se basaba en recoger las vainillas de las balas que encontrábamos a nuestro alrededor y las clasificábamos según el arma de la cual provenían, mirar cómo disparaban en la plaza del pueblo y además, nos gustaba ver en la noche, las fumarolas con espirales de humo, que subían cuando incendiaban los ranchos y enramadas donde se molía la caña para hacer miel y panela; ahora con la mirada constituida por el conocimiento y la experiencia leo esa naturalización del terrorismo y la asimilo con los innumerables silencios ante la injusticia. 

Durante aquellos años, muchas personas perdieron la vida en enfrentamientos armados, siendo testigos de tragedias y separaciones familiares, familias enteras destruidas, hogares huérfanos; el tejido social se vio gravemente afectado por esa espantosa violencia, ya que muchas familias tuvieron que abandonar sus hogares en busca de seguridad y protección; el impacto emocional de estos eventos aún se siente hoy en día, con historias de vidas rotas y heridas difíciles de cicatrizar, recuerdos que vienen a la mente como fantasmas y llenan el corazón de tristeza y de dolor al pensar en lo que el ser humano ha hecho a través del tiempo; un escape a este dolor es la literatura de ficción en la que he incursionado recientemente.

Una de estas historias es la de una mujer sola con dos hijos pequeños que vivió esta tragedia y, buscando una mejor vida, emigró de San Eduardo hacia Bogotá, en donde encontró otras tantas angustias y muchos sinsabores, así la describo en mi nuevo libro “VOLVER DE LA NOCHE”, que pronto tendrá su lanzamiento.

Es importante recordar estas experiencias dolorosas para no repetirlas en el futuro. Debemos trabajar hacia la reconciliación, promoviendo el diálogo, el perdón y la construcción de lazos de respeto y comprensión entre todas las partes involucradas. La reconstrucción de la paz y la justicia requiere un esfuerzo conjunto y una voluntad de superar las divisiones para construir un futuro más próspero y unido.

Como comunidad, debemos trabajar juntos para sanar las heridas del pasado, garantizar que los Derechos Humanos sean respetados y promover la inclusión y la diversidad; recordemos que, a pesar de nuestras diferencias, todos compartimos una historia y un destino común. Solo abrazando la reconciliación y la solidaridad podremos superar los trágicos eventos del pasado y construir un futuro más pacífico y esperanzador para todos.


Escritor: Carlos Arturo Varela Rojas.


IDEAS LOCAS DE UN PENSIONADO

Ha pasado el tiempo vertiginosamente y después de tantos años de jubileo, reflexioné y me di cuenta que mi vida se estancó en las ruinas de mi existencia. Desayunaba y quedaba libre como el viento para deambular por los misteriosos campos donde había florecido mi vida, sin embargo, el tiempo era como el ave Fénix en los confines más lejanos de mi ser. Pasaba y pasaba muchas veces desapercibido en mis pocos quehaceres diarios que si no los hacía lo mismo daba o me importaba, pero resurgía en el terremoto de mis convulsionadas ideas o de los diferentes letargos que orientaban los días por los cuales debía transitar. Algunos viajes en mi país, visitando o conviviendo con mi más preciada familia o, a veces, al exterior a visitar otra parte importante de los míos; esto compensaba, de alguna manera, los espacios solitarios de mi deambular por el mundo.

Hoy escribo poco, porque la musa de la literatura se ha olvidado que existo y sus apariciones son relativamente muy fugaces y a veces inexistentes. Mi falta de constancia se escuda en una pertinaz lluvia de pensamientos que no conducen a llenar los espacios vacíos de las hojas blancas que esperan ser llenadas con palabras al vuelo, aunque sean sin sentido. Mucho tiempo destinado a las visitas con los médicos, pretendiendo calmar los diversos y continuos males que aquejan a un organismo que ha trasegado por muchos años y que, a pesar de todo, sigue en la lucha por conocer más mundo, llevando a cuestas el peso de una vida pasada que no se extingue.

Con un cuerpo así de pesado, con la mirada hacia el pasado, pero con visos de futuro voy recorriendo los días y las noches. De pronto… un nuevo amanecer en mi vida me catapulta, llevándome a espacios ensoñados llenos de nuevos impulsos para continuar el recorrido de mi existencia.

El invaluable amor por una persona que llega a mi vida descarga toda clase de buenos sentimientos y de reacciones positivas con los cuales tomo nuevos horizontes; el lento caminar, se transforma ahora en un campo fértil para tomar nuevamente el timón de la vida que se había perdido en el desierto insondable del sendero recorrido. Nuevas ilusiones y sueños fluyen para reverdecer y hacer crecer los límites que recorren el tiempo para pertenecer a este pedazo anhelado de terruño.

Quiero seguir recorriendo tu existencia para complementar la mía; quiero seguir llenando páginas en mis libros y en mi vida porque viviendo por los demás le doy más calidad a la mía; seguiré conociendo más mundo, porque es lo que más me gusta y, bien acompañado, es una lotería que debo disfrutar por siempre y para siempre. Por eso continuamente viajo. Sé que lograré más visitas de la musa de la literatura y seguiré viviendo, llevando a cuestas un cuerpo que se resiste a los años.

Por lo demás… que los demás me juzguen, nadie es perfecto.

Escritor: Carlos Arturo Varela Rojas.

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