ALONSO QUINTÍN GUTIÉRREZ RIVERO




Alonso Quintín Gutiérrez Rivero.

Oriundo de Macaravita, Santander, su obra poética traza a pinceladas de lirismo el rostro del alma en una evocación de eternidad con breves intervalos cotidianos. Ha incursionado en el teatro, el ensayo, la novela y el cuento, en el éxtasis del lenguaje dispuesto en un pentagrama de retablos humanos.

Aproximarse a u poética  es tocar el deleite de un sofisticado pebetero encendido en la noche sin opción de restablecer la realidad. Creador de numerosos certámenes, su vida se desliza entre la pedagogía, el arte literario y la práctica del humanismo, donde encuentra su mejor lección.

Algunas de sus obras son: El Levitar de las palabras, ensayo. Eso que brilla detrás de la luz, ensayo. Las razones del caminante, teatro. La furia del dios Are, teatro. Fugacidad en los espejos, poesía. Suave evanescencia, poesía. El pago, cuento. Las laderas del sol, novela.

Actividad literaria que ha compartido en diversos escenarios del mundo con abnegación y decoro.

 

ABECEDARIO DE UNA DEVOCIÓN

Una aproximación a la pintura de Juana Guzmán

Una pintura es un poema sin palabras

Horacio

Por: Alonso Quintín

Los tonos del alma son los tonos del paisaje en esa vaguedad del sueño adivinatorio de ignotos espejismos y soledades repentinas. El alma del artista semeja una diadema de perlas sobre la frente de la luna para hacerla sonreír. Una ficción del entendimiento para aproximarnos a la belleza universal. Juego de la imaginación para llevarnos jubilosos a lugares inesperados. Canto detenido en medio de la brisa como soplo divino, sin destinatario posible. Crisantemos del intelecto para refugio de tanta pesadumbre. Emblemas de luz denunciando abismos y cielos despejados. El alma del artista busca refugio en esa soledad aprendida en la divina exquisitez de lo soñado. “Nacen flores eternas/ y colosales/ y sobre el dorso/ de aves gigantes/ despiertan besos/ inacabables”. José Martí.

Como en los cuentos de mar, este viaje parte a Samarcanda, donde el rey jugaba ajedrez sobre la tumba de Tamerlán y le encantaba ver danzar las dagas sobre las flores y hacer corazones en los pergaminos de Avignon. Juana nos lleva de viaje de las manos de Millet y de Gustav Cuvert, con sus “Jóvenes a la orilla del Sena”, “Las bañistas” o “Mujer en las olas”, donde el objetivo no es la belleza sino la verdad. En Juana parece la búsqueda de la belleza a través de la verdad: “Busco los recuerdos escondidos/ de las montañas más cercanas”, nos dice en su poema “Rosa María”. “Busco donde nació mi alegría/ mi esperanza/ pero ante todo busco/ a la dueña de la aldea que describo”. De ahí al tenebrismo de Adam Alzheimer o a los arquetipos de Rubens en su “Paisaje con arcoíris”, tocados por el arte pictórico de los románticos; solo hay esa expresión sublime de lo esencial para otorgarnos con la sencillez del sabio, imágenes traídas del subconsciente en fiestas de luz, “fantasioso encuentro/ de trinos y aromas/ “como nos lo dice en su poema “Tibieza”.

En el cuadro 1, de intensidad lumínica desconcertante, se despoja de todo academicismo para entregarnos un paisaje en degradé hasta el punto final donde la eternidad se encuentra con la vida en paradisiacos senderos y el alma transita su soledad de caminos y misterios: “busco el agua cristalina/ donde las mariposas/ sus colores confundían”. Lo humano se adivina en el naufragio de la luz, confundido en la retórica del viento que parece meditar sobre las altas rocas, calculando pasos, devorando distancias, deshojando ausencias. El secreto de la obra de arte es precisamente su incógnita, la zozobrante realidad estremecida de dudas y perplejidades, la voz secreta suscitada entre relámpagos para exaltar el espíritu, y Juana entre músicas de versos y pinceles hechizados logra el milagro largamente esperado por los anacoretas de los destinos del arte. ¿Puede el artista aspirar a algo mejor? Entre plegarias furtivas y explosiones de júbilo, Juana nos conduce de viaje a ese ritual inconcebible.

En el cuadro 2, la luz juega a inventar manzanas en ese lugar específico de la conciencia donde se anida lo inverosímil y sin más preámbulos nos conduce a la fatalidad de lo inesperado en la aparente prefiguración de la mentira y la verdad, en eso que de algún modo llaman los entendidos: belleza en el arte. “En el crocante silencio/ de las hojas secas… la fantasía enloquece”, (poema “Otoñal Encanto”).

En el cuadro 3, el cielo inventa el paisaje con piedras y árboles y agua y un cisne intentando salir en un vuelo hacia el espectador que no termina de empezar. La brisa se detiene al impulso del céfiro y los árboles se quedan meditando “Te abordaré cisne blanco embrujado/ a la cumbre de nieve/ haz de llevarme/ morir quiero en tus encantos”, (poema Santorine Isla Mujer).

En el cuadro 4 las flores amarillas pugnan por imponerse sobre el verde en una lucha inacabada muy cerca del hogar donde tal vez duermen las emociones de los primeros pasos, el primer sollozo y la última reprimenda. ¡Es tan posible el vidrio roto sobre el cielo inmaculado! “Todo ha cambiado/ pero mi corazón/ sigue siendo el mismo/ el de las mariposas amarillas/ y los gorriones y los nidos”, (poema Todo ha cambiado).

En el cuadro 5 la fiesta de las flores ebrias de sol y lozanía se alinean en perfecta armonía como queriendo viajar al infinito hacia el oscuro interrogante del corazón del hombre, pero las flores mueren como el amor una vez saciado y en la aparente exuberancia se desliza la muerte prematura de los seres y las cosas, en ese viaje sin regreso que es la vida. Tal vez nadie sospeche, pero tras el nacimiento de una flor se estremece el suspiro de un galán y la suerte de una doncella. “Hidalgos jardines de otoñal encanto/ en almibarado embrujo/ los aromas del otoño/ el sentir estremece”, (poema otoñal encanto).

En el cuadro 6 la pintora se ha ido dejando tras si la sensación de haber habitado un palacio abandonado con vista al mar, donde las gaviotas borradas por el viento del ocaso simulan la soledad en abisales aguas divinizadas por los vientos de la ausencia. Todo parte de aquí a Samarcanda de donde nunca debió salir a dibujar barcos sobre mares embravecidos y la vida parece una tormenta de bravías esperanzas y paraísos jamás conquistados. Todo parte en forma indefectible hacia el ocaso de la vida sin menospreciar los goces por ella vividos y sufridos. Todo parte como si la muerte fuera su único destino. Cuadro misterioso y arrobador, de ausencias impensadas y categóricos ritos de lejanas civilizaciones. “Fantasioso encuentro/ de trinos y aromas/ que en penosas tardes/ entre rojizas claridades/ la soledad arrulla”, (poema Tibieza).

La pintura de Juana, nos aproxima a lo exótico, a la soledad a la esperanza conquistada más allá de la realidad, lejos de las pretensiones de la academia y la ciencia donde el arte reina y la libertad se expone a la esclavitud de los sentidos.

¿La ausencia de la figura humana es intencional? ¿Será el mensaje de la soledad sufrida por el país, en la perífrasis del sufrimiento?  ¿O es simplemente la ausencia del poeta, el intocado de la filosofía nietzscheana? ¿Estamos sometidos a la ausencia obligada del ser humano de la realidad nacional en ese descenso inmisericorde a la ausencia de la vida, decretada y anunciada por las cámaras de televisión, mientras sucumbe toda posibilidad de sobrevivencia? Juana nos lleva a ese viaje de interrogantes desde los confines de una realidad imaginada y presencias soñadas en el pincel de su gran devoción. En el abecedario de los días, queda su pintura para inquietar e interrogar. Para saber de su soledad.

De su pasión por el sublime espectáculo de la belleza desde su alma encantadora, poseedora del estro poético donde duermen las grandes devociones del ser humano y se engrandece la pasión del artista.


Alonso Quintín Gutiérrez Rivero/2023




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