ALONSO QUINTÍN GUTIÉRREZ RIVERO
ABECEDARIO DE UNA DEVOCIÓN
Una aproximación a
la pintura de Juana Guzmán
Una pintura es un
poema sin palabras
Horacio
Por: Alonso
Quintín
Los tonos del alma
son los tonos del paisaje en esa vaguedad del sueño adivinatorio de ignotos
espejismos y soledades repentinas. El alma del artista semeja una diadema de
perlas sobre la frente de la luna para hacerla sonreír. Una ficción del
entendimiento para aproximarnos a la belleza universal. Juego de la imaginación
para llevarnos jubilosos a lugares inesperados. Canto detenido en medio de la
brisa como soplo divino, sin destinatario posible.
Crisantemos del intelecto para refugio de tanta pesadumbre. Emblemas de luz
denunciando abismos y cielos despejados. El alma del artista busca refugio en
esa soledad aprendida en la divina exquisitez de lo soñado. “Nacen flores
eternas/ y colosales/ y sobre el dorso/ de aves gigantes/ despiertan besos/
inacabables”. José Martí.
Como en los cuentos
de mar, este viaje parte a Samarcanda, donde el rey jugaba ajedrez sobre la
tumba de Tamerlán y le encantaba ver danzar las dagas sobre
las flores y hacer corazones en los pergaminos de Avignon. Juana nos lleva de
viaje de las manos de Millet y de Gustav Cuvert, con sus “Jóvenes a la orilla
del Sena”, “Las bañistas” o “Mujer en las olas”, donde el objetivo no es la
belleza sino la verdad. En Juana parece la búsqueda de la belleza a través de
la verdad: “Busco los recuerdos escondidos/ de
las montañas más cercanas”, nos dice en su poema “Rosa María”. “Busco donde
nació mi alegría/ mi esperanza/ pero ante todo busco/ a la dueña de la aldea
que describo”. De ahí al tenebrismo de Adam Alzheimer o a los arquetipos de
Rubens en su “Paisaje con arcoíris”, tocados por el arte pictórico de los
románticos; solo hay esa expresión sublime de lo
esencial para otorgarnos con la sencillez del sabio,
imágenes traídas del subconsciente en fiestas de luz, “fantasioso encuentro/ de
trinos y aromas/ “como nos lo dice en su poema “Tibieza”.
En el cuadro 1, de
intensidad lumínica desconcertante, se despoja de todo academicismo para
entregarnos un paisaje en degradé hasta el punto final donde la eternidad se
encuentra con la vida en paradisiacos senderos y el alma transita su soledad de
caminos y misterios: “busco el agua cristalina/ donde las
mariposas/ sus colores confundían”. Lo humano se adivina en el naufragio de la
luz, confundido en la retórica del viento que parece meditar sobre las altas
rocas, calculando pasos, devorando distancias, deshojando ausencias. El secreto
de la obra de arte es precisamente su incógnita, la zozobrante realidad
estremecida de dudas y perplejidades, la voz secreta suscitada entre relámpagos
para exaltar el espíritu, y Juana entre músicas de versos y pinceles hechizados
logra el milagro largamente esperado por los anacoretas de los destinos del
arte. ¿Puede el artista aspirar a algo mejor? Entre plegarias furtivas y
explosiones de júbilo, Juana nos conduce de viaje a ese ritual inconcebible.
En el cuadro 2, la
luz juega a inventar manzanas en ese lugar específico de la conciencia donde se
anida lo inverosímil y sin más preámbulos nos conduce a la fatalidad de lo
inesperado en la aparente prefiguración de la mentira y la verdad,
en eso que de algún modo llaman los entendidos: belleza en el arte. “En el
crocante silencio/ de las hojas secas… la fantasía enloquece”, (poema “Otoñal
Encanto”).
En el cuadro 3, el
cielo inventa el paisaje con piedras y árboles y agua y un cisne intentando
salir en un vuelo hacia el espectador que no termina de empezar. La brisa se
detiene al impulso del céfiro y los árboles se quedan meditando “Te abordaré
cisne blanco embrujado/ a la cumbre de nieve/ haz de llevarme/ morir quiero en
tus encantos”, (poema Santorine Isla Mujer).
En el cuadro 4 las
flores amarillas pugnan por imponerse sobre el verde en una lucha inacabada muy
cerca del hogar donde tal vez duermen las emociones de los primeros pasos, el
primer sollozo y la última reprimenda. ¡Es tan posible el vidrio roto sobre el
cielo inmaculado! “Todo ha cambiado/ pero mi corazón/ sigue siendo el mismo/ el
de las mariposas amarillas/ y los gorriones y los nidos”, (poema Todo ha
cambiado).
En el cuadro 5 la
fiesta de las flores ebrias de sol y lozanía se alinean en perfecta armonía
como queriendo viajar al infinito hacia el oscuro interrogante del corazón del
hombre, pero las flores mueren como el amor una vez saciado y en la aparente
exuberancia se desliza la muerte prematura de los seres y las cosas, en ese
viaje sin regreso que es la vida. Tal vez nadie sospeche,
pero tras el nacimiento de una flor se estremece el suspiro de un galán y la
suerte de una doncella. “Hidalgos jardines de otoñal encanto/ en almibarado
embrujo/ los aromas del otoño/ el sentir estremece”, (poema otoñal encanto).
En el cuadro 6 la
pintora se ha ido dejando tras si la sensación de haber habitado un palacio
abandonado con vista al mar, donde las gaviotas borradas por el
viento del ocaso simulan la soledad en abisales aguas divinizadas por los
vientos de la ausencia. Todo parte de aquí a Samarcanda de donde nunca debió
salir a dibujar barcos sobre mares embravecidos y la vida parece una tormenta
de bravías esperanzas y paraísos jamás conquistados. Todo parte en forma
indefectible hacia el ocaso de la vida sin menospreciar los goces por ella
vividos y sufridos. Todo parte como si la muerte fuera su único destino. Cuadro
misterioso y arrobador, de ausencias impensadas y categóricos ritos de lejanas
civilizaciones. “Fantasioso encuentro/ de trinos y aromas/ que en penosas
tardes/ entre rojizas claridades/ la soledad arrulla”, (poema Tibieza).
La pintura de
Juana, nos aproxima a lo exótico, a la soledad a la esperanza conquistada más
allá de la realidad, lejos de las pretensiones de la academia y la ciencia
donde el arte reina y la libertad se expone a la esclavitud de los sentidos.
¿La ausencia de la figura humana es intencional? ¿Será el mensaje de la soledad sufrida por el país, en la perífrasis del sufrimiento? ¿O es simplemente la ausencia del poeta, el intocado de la filosofía nietzscheana? ¿Estamos sometidos a la ausencia obligada del ser humano de la realidad nacional en ese descenso inmisericorde a la ausencia de la vida, decretada y anunciada por las cámaras de televisión, mientras sucumbe toda posibilidad de sobrevivencia? Juana nos lleva a ese viaje de interrogantes desde los confines de una realidad imaginada y presencias soñadas en el pincel de su gran devoción. En el abecedario de los días, queda su pintura para inquietar e interrogar. Para saber de su soledad.
De su pasión por el
sublime espectáculo de la belleza desde su alma encantadora, poseedora del
estro poético donde duermen las grandes devociones del ser humano y se
engrandece la pasión del artista.
Alonso Quintín Gutiérrez Rivero/2023
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